Hace poco leí que, en el siglo XVII, en Lima de aquella época, vivía un hombre muy correcto y justo, apellidado Salado. Todas las personas lo querían mucho y era muy respetado.

Un fatídico día, se encontró con un maleante quien abusaba de una muchacha, apuñalándola. Él intentó socorrerla, pero era muy tarde; la doncella había fallecido y el atacante huyó a tiempo. En eso, llegaron los guardias de la época y le tomaron preso. Nadie pudo probar su culpabilidad, pero pese a ello lo condenaron a morir en la hoguera en la Plaza Central, que hoy es la Plaza San Martín.
Entonces, mientras tomaba lugar el horrendo e injusto castigo, la gente gritaba, "Salado, Salado!". Y desde entonces empezaron a decir frases como "No vayas por ahí, no vayas a terminar como Salado". "No hagas tal cosa, no seas como Salado". Tristemente, Don Salado pasó a la historia como sinónimo de mala suerte.
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